jueves, 15 de agosto de 2019
miércoles, 14 de agosto de 2019
KiteFoil
Un neologismo entre kite e hidrofoil, creó el deporte de moda en Silicon Vall, Don Montague diseñó unas cometas autónomas para dar la vuelta al mundo volando sobre el agua. Google le compró la idea y él ahora sigue inventando nuevas formas de surcar los mares.
Con media melena, tez tostada y cuerpo fibrado, tiene el indiscutible aspecto de un surfero. No obstante, detrás de este canadiense de 50 años hay mucho más que una vida ligada al mar y las olas. Su alma de inventor le ha llevado a acumular múltiples patentes en aparatos y mecanismos para revolucionar los deportes acuáticos y su carácter emprendedor a codearse con los fundadores de Google, Larry Page y Sergey Brin, e incluso a hacer negocios con ellos. En 2013 vendió su ‘startup’ Makani Power a la división de avances tecnológicos Google X y ahora está creando el deporte acuático de moda en Silicon Valley.
Con media melena, tez tostada y cuerpo fibrado, tiene el indiscutible aspecto de un surfero. No obstante, detrás de este canadiense de 50 años hay mucho más que una vida ligada al mar y las olas. Su alma de inventor le ha llevado a acumular múltiples patentes en aparatos y mecanismos para revolucionar los deportes acuáticos y su carácter emprendedor a codearse con los fundadores de Google, Larry Page y Sergey Brin, e incluso a hacer negocios con ellos. En 2013 vendió su ‘startup’ Makani Power a la división de avances tecnológicos Google X y ahora está creando el deporte acuático de moda en Silicon Valley.
Montague es habitual en el círculo de islas privadas y yates de la bahía de San Francisco y se ha convertido en el hombre de confianza de magnates como Page o el fundador de Virgin, Richard Branson, cuando quieren vivir experiencias emocionantes alejados de las orillas de California. Su última propuesta consiste en una tabla de surf convertida en un hidroala eléctrico. Equipada con una batería recargable que permanece bajo el agua, la tabla se eleva gracias al mismo efecto de sustentación de las alas de un avión, aunque, en esta ocasión, aplicado al agua. Así, este novedoso dispositivo permite volar sobre el mar a velocidades de hasta 43 kilómetros por hora y sin hacer apenas ruido.
“El juguete acuático perfecto para los días sin viento", pero también es un gran deporte acuático para personas de todas las edades y en todas las condiciones”, explica Montague a Teknautas en conversación telefónica. Aunque el Jetfoiler todavía no ha salido a la venta (se espera que lo haga para la próxima primavera), los más afortunados como Page o la madre de Montague, a la que califica igual que él, como “una aventurera”, ya lo han probado e incluso repetido.
En la agenda de Montague, una vez a la semana aparece el nombre de Page con el que queda para practicar el nuevo deporte de moda en Silicon Valley: el ‘kitefoil’. Una nueva versión de ‘kitesurf’ en esas tablas de surf transformadas en hidroalas que se elevan sobre el agua al moverse.
Más allá de sus quedadas con amigos, cuando Montague tiene un rato libre ya se sabe donde encontrarlo. “Para mí estar en el agua es casi una especie de meditación; puedo pensar con claridad, estar tranquilo o incluso aclarar mi mente por completo”, nos relata. Pero nada de tocar el agua. “Tengo demasiado frío”, confiesa. “Creo que esa debe ser la razón por la que elegí los deportes en los que vuelo sobre el agua y solo me mojo cuando cometo un error”.
Montague creció en la Columbia Británica, en Canadá, concretamente en el distrito bañado por el mar de West Vancouver. En la escuela no parecía mostrar mucho interés por los libros y prefería ocupar su tiempo en trabajos más manuales. La razón la descubrió años más tarde cuando le diagnosticaron dislexia, un trastorno por el que se confunden o se alteran el orden de letras, sílabas o palabras al leer y escribir. “Crecí sin saber que era disléxico”, apunta. “Recuerdo que cuando era un niño lo desarmaba todo, incluido el teléfono”.
A su curiosidad pronto se unió su interés por el mar y el viento. Con solo 8 años comenzó a navegar a bordo de un velero de la familia casi todos los fines de semana. Entonces se fijaba en la propulsión del viento y experimentaba: “Hice una vela para mi patinete y solía recorrer el barrio con ella”, recuerda. Luego, durante su adolescencia, el windsurf comenzó a llamar su atención. “Vivir al lado del océano en West Vancouver fue perfecto para que se convirtiera en mi obsesión”, asegura.
A finales de los 80, Montague entró a formar parte del equipo de la holandesa Gaastra como diseñador de velas. Algo que sin duda le supuso un auténtico reto. Era disléxico y no tenía estudios ni conocimientos de ingeniería. Por aquel entonces, esta empresa, hoy conocida por ser una marca de moda en el mundo de las tablas, vendía alrededor de 200.000 velas de windsurf al año, y él sentía que debía estar a la altura, así que aprendió a usar todos los programas de CAD (diseño asistido por ordenador) e inventó sus propios métodos para diseñar las mejores. Allí estuvo hasta 1995.
En 1982 se mudó a Santa Bárbara para ir a la universidad, pero el aparcamiento del edificio estaba justo al lado de la playa, así que siempre acababa practicando windsurf en vez de ir a clase. Después de un año, tras trabajar en un restaurante en Hawai para hacer algo de dinero y comprar nuevas velas, ganó su primera competición, lo que le llevó a convertirse en profesional y hasta llegar a participar en la Copa Mundial de Windsurf.
En 1982 se mudó a Santa Bárbara para ir a la universidad, pero el aparcamiento del edificio estaba justo al lado de la playa, así que siempre acababa practicando windsurf en vez de ir a clase. Después de un año, tras trabajar en un restaurante en Hawai para hacer algo de dinero y comprar nuevas velas, ganó su primera competición, lo que le llevó a convertirse en profesional y hasta llegar a participar en la Copa Mundial de Windsurf.
Después se unió a los deportistas Robby Naish y Pete Cabrinha en la conocida marca hawaina Naish Sails y fue entonces cuando las cometas y el kitesurf llegaron a la vida de Montague. “Me interesaron las cometas desde el primer momento en que vi una y advertí, antes que nadie, el gran potencial que tenía el kitesurf mucho más grande que el windsurf”, explica.
En 1996 y ante el escepticismo de muchos, comenzó a desarrollar cometas para llevarlas al mar y, dos años más tarde, Naish Sails lanzaba su primera cometa comercial, la AR3.5. Allí, como jefe de I+D, fue responsable de los avances tanto en sus diseños como en la fabricación.
Así las instaló en un catamarán, también diseñado para la ocasión, con el que cruzó el Canal de Molokai, de unos 50 kilómetros entre las islas hawainas del mismo nombre y Oahu. Además las puso en tablas de surf, canoas y hasta en multicascos con grandes motores, llamando ‘kiteboats’ a todas sus nuevas embarcaciones.
Entonces pensó que podría hacer una hazaña mucho mayor como dar la vuelta al mundo gracias a la propulsión de una cometa. Para ello, la cometa debía ser autónoma y generar energía para mover la embarcación más allá de las rachas de viento. Se reunió con investigadores de energías renovables del MIT y con expertos que entonces trabajaban en paracaídas autónomos. Además, en su búsqueda de patrocinadores, tuvo la suerte de conocer a los fundadores de Google y en 2006 les presentaba una propuesta con cometas como protagonistas. Montague todavía no lo sabía, pero ahí iba a nacer Makani Power.
Entonces pensó que podría hacer una hazaña mucho mayor como dar la vuelta al mundo gracias a la propulsión de una cometa. Para ello, la cometa debía ser autónoma y generar energía para mover la embarcación más allá de las rachas de viento. Se reunió con investigadores de energías renovables del MIT y con expertos que entonces trabajaban en paracaídas autónomos. Además, en su búsqueda de patrocinadores, tuvo la suerte de conocer a los fundadores de Google y en 2006 les presentaba una propuesta con cometas como protagonistas. Montague todavía no lo sabía, pero ahí iba a nacer Makani Power.
El proyecto impresionó a la gente de Google, pero le propusieron que lo utilizara para algo más productivo. Entonces, en otoño de ese mismo año, ya fuera de Nails, Montague fundó la compañía de energía eólica junto al ingeniero y experto en materiales Saul Griffith y al también kitesurfista Corwin Hardham, fallecido en 2012. Sus cometas podían ser la clave para hacer un mundo más sostenible.
Makani contó con el apoyo de Google desde el principio. En sus inicios la financió con 10 millones de dólares y en 2008, con 5 millones. Además, la compañía recibió 3 millones del Departamento de Energía de Estados Unidos a través del programa ARPA-E.
Esto les sirvió para construir cometas y estaciones terrestres con las que generar electricidad de un modo mucho más eficiente. Con ellas buscan aprovechar el gran potencial de la fuerza del viento, que a mayor altitud es mayor y más constante. De este modo, las cometas, semejantes a unos drones gigantes, vuelan a alturas de entre 300 y 400 metros equipadas con unas turbinas que pueden actuar como propulsores o como generadores.
Esto permite a la cometa permanecer en el aire si la fuerza del viento es muy pequeña y practicar aterrizajes y despegues de forma autónoma. Sin duda, mucho más barato y eficaz que los gigantescos molinos que se instalan hoy en día.
La idea podría hacer del viento algo tremendamente rentable, así que cinco años más tarde de su puesta en marcha, una oferta de compra de Google estaba sobre la mesa. Tras el anuncio de la venta en mayo de 2013, la ‘startup’ californiana decía: “Esto formaliza una relación larga y productiva entre las dos compañías y proporcionará a Makani los recursos para acelerar nuestro trabajo para que el coste de la energía eólica sea competitivo frente a los combustibles fósiles”.
En paralelo a estas cometas generadoras de electricidad, Montague había estado trabajando en la forma de adaptarlas para revolucionar el transporte marítimo. Y pronto se dio cuenta que podía existir una manera de mejorar las capacidades de una cometa: colocando hidroalas en las superficies de las embarcaciones para elevarse sobre el agua. Entonces solo hacía falta contar con un apoyo, que llegó pronto. En 2008, su proyecto para desarrollar sus nuevos ‘kiteboats’ consiguió fondos de la Fundación de Tecnología de Ciencias Marinas MTS y Montague se mudó a su propio taller en Alameda, California.
Hoy, desde esa misma base naval antigua, trabaja junto a otras 10 personas para investigar nuevos materiales y perfeccionar estas embarcaciones y sus cometas. Aunque en esta ocasión su proyecto no tiene un fin muy rentable, como inversores sigue contando con la gente de Google como sus propios fundadores o el exdirector Eric Schmidt, actualmente a cargo de Alphabet, empresa matriz de Google y todas sus divisiones.
Para Montague, cualquier ‘kiteboat’ es mucho mejor que cualquier velero convencional. No requiere grandes fuerzas de contrapeso y las cometas pueden volar mucho más alto aprovechando los vientos más fuertes y estables. “No es necesario que un kiteboat esté equipado con hidroalas, pero para nosotros, esta configuración representa un matrimonio perfecto de tecnología”.
A lo largo de todos estos años, Montague ha acumulado un montón de fotos y videos con el mar como protagonista. Desde sus paseos de infancia a bordo del velero familiar o sus competiciones de juventud en la Copa Mundial de Windsurf hasta sus numerosas pruebas con el equipo de su nueva compañía Kai Concepts a bordo de sus últimos inventos.
Aunque, sin duda, las que Montague guarda con mayor cariño son en las que sale junto a su madre Sharon rompiendo olas. “Ella ha estado en varias pruebas de ‘kiteboat’, sonriendo todo el tiempo, estuvo a bordo el día que conseguimos el récord de velocidad en uno de nuestros barcos de prueba más antiguos, 34 nudos (62 kilómetros por hora)”, apunta tras recordar que recientemente se montó en su último invento, el Jetfoiler, en Canadá. “Es muy valiente”, asegura.
Aunque no ha sido a la única de la familia a la que Montague también ha conseguido contagiar el gusanillo por los deportes acuáticos. En sus últimas vacaciones en el Caribe, Montague disfrutó viendo a su hijo interesarse por el ‘kite’ y el ‘windsurf’. “Mis esperanzas para todos los deportes acuáticos, ya sea ‘kitesurfing’ o ‘jetfoiling’, es llevar la diversión a todos”, apunta.
Hoy Montague, quien ya ha surcado los canales de Amsterdam a bordo de su peculiar tabla de surf, aspira a completar sus títulos con un nuevo récord mundial en velocidad en larga travesía entre Los Ángeles y Hawai a bordo de su nueva kiteboat. A su lado estará su compañero Joe Brock, encargado del timón en las pruebas, mientras Montague dirige la cometa. Ambos comenzaron a trabajar juntos en tiempos de Makani y ahora continúan unidos gracias al sueño de surcar los mares gracias a las cometas.
En lo que respecta a su antigua compañía, Montague, ya totalmente desvinculado, les desea lo mejor. Lo cierto es que este emprendedor, al igual que los empleados de la filial de Alphabet, no para de crear conceptos futuristas y ante la pregunta de si algo nuevo ronda su cabeza, responde: “Siempre. Pero nada que quiera divulgar”. Así que, por el momento, habrá que esperar para ver con qué nos sorprende este surfero que un día convirtió su pasión por el viento en una solución tecnológica para salvar nuestro futuro de la mano de Google.
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